sábado, 8 de diciembre de 2007

pequeña escala, cambio climático y democracia alimentaria

Ayer estaba en Londres, y esta semana he pasado allí unos días en un encuentro sobre sustainable consumption (no es que lo quiera escribir en inglés, es que la traducción de consumo sostenible me chirría en tanto que oxímoron, a la par que el desarrollo sostenible, y estoy buscando una nueva palabra, ¿alguien sugiere algo?).

Decidimos ir en tren, que lo de la coherencia es importante, y hacer de la visita un objeto permacultural: un elemento que cumpla varias funciones, una función cubierta por varios elementos.

Viajar en tren me ha dado el placer de ver la costa, los campos (también los de golf, pero esos no me da ningún tipo de gusto verlos), de observar las interacciones entre las personas del vagón, de leer, de estar conmigo un ratito, de pensar en la tesis y en su crecimiento exponencial... La llegada amable especialmente por el clima templado y ver a otra gente haciendo vida en la calle, casi con un toque mediterráneo.

En casa de Claudia, todo atenciones y mucha plática (gracias). Un barrio pintoresco que ella llama el Lilliput pakistaní donde se puede caminar tranquilamente y resulta acogedor. Rumbo a la conferencia, metro a primera hora (confusión, aglomeración, sueño) para un recibimiento estupendo en la British Library (me gusta que todos los eventos empiezan con media hora de desayuno, incluído en el programa y proporcionado por la organización). Charlas, sonrisas, aplausos, diapositivas, diálogo, y así se va intentando construir colectivamente el conocimiento (poco constructivista el enfoque del diseño de las jornadas, pero bueno). Sonrisas, miradas, platos con copas agarradas mediante un plástico para dar movilidad... Un indicador: demasiadas miradas a la tarjeta del pecho que dice "y tú de quién eres", y pocas a los ojos. Pensamiento que cruza: comercial (aunque coherente en la reducción de residuos del propio evento).

Pasa el día, del que emerge una nueva convocatoria: mañana habrá un homenaje a Rachel Carson y una conferencia sobre democracia alimentaria. Suena apetecible. Está organizado por la Pesticides Action Network (http://www.pan-uk.org/).

En ese esfuerzo por hacer del viaje un caleidoscopio de experiencias, hago migas con una investigadora griega y sus acompañantes. Al día siguiente, paseamos junto al río y en la Tate Modern Gallery jugamos con la exposición a interaccionar con el surrealismo, el cubismo, el vorticismo, el minimalismo... (curiosidad: en la British Library había una exposición sobre las mismas expresiones artísticas, que también vimos, y yo no me paraba de repetir ¿por qué estos movimientos artísticos ahora?¿qué me dice específicamente a mí hoy?).

La democracia alimentaria se abre como propuesta en las palabras de Tim Lang esa tarde. Activistas de la vieja vanguardia ecologista y jóvenes de la actual se entremezclan en el auditorio. Un esfuerzo por describir la situación de la comida y sus vínculos con la crisis ambiental. Algo que queda resonando: tendremos que pensar en el agua que supone cada uno de los productos que consumimos, pronto será tan relevante como el etiquetado de huella fósil que suponen. Cambiar nuestra cultura alimentaria, modificar la dieta: quién come (y quién no, claro), qué come y cómo come.

Me gustan sus palabras hacia la contribución de Rachel Carson en el actual movimiento ecologista occidental. Su libro Silent Spring abre la brecha e influye en la prohibición del uso del DDT, y a veces es olvidada su aportación como científica, poeta, y activista.

Acabo en el metro, donde encuentro un panfleto de la manifestación del día 8 contra el cambio climático, convocando a la acción global: http://www.campaigncc.org/
Acciones específicas en cada ciudad, pero la de Londres parece que va a ser grande. Me llega un mensaje de la convocatoria de Madrid. Navego para encontrar algo en Edimburgo (al igual que en la de feministas, me veo que vamos a ser 4, ni modo, hay que ir).

El correr de los días en esta megaciudad me ha recordado los agobios en el metro, las largas e interminables filas para todo, calcular una hora para llegar de casa al destino deseado, la imposibilidad de saber de dónde vienen las cosas y qué tiene más sentido... Sé que dentro de poco regreso a Madrid, y cambio de escala (Edimburgo es caminable casi al 100%). También tengo cada vez más nítido dentro de mí que vivir en una megaciudad tiene un límite muy cercano en la trayectoria vital (la ciudad necesita de las energías personales para sobrevivir al caos y engulle la vitalidad de cada una).

Una de las claves de la democracia alimentaria es avanzar hacia la autosuficiencia (UK produce el 60% de la comida que consume... ¿cuál es el porcentaje de otros países? Salvo Cuba, parece que todos en descenso). Sueño con la huerta, con la comunidad... Ya lo decía Schumacher, lo pequeño es hermoso, y algo que emana de nuevo en el discurso con otra forma, como se proclamaba en el X encuentro de ecoaldeas y en la columna de opinión de Mauge en el anterior número de Ecohabitar:

¡Decrecimiento ya!

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